Aunque suene a nostalgia férrea, me acuerdo de todo, pero suelo tener en los temas del amor una memoria muy conveniente y acomodaticia. Guardo los mejores momentos para sacarlos a mi antojo, a pesar de la distancia y el aparente olvido, a pesar de los nuevos planes, los cambios, los giros de la vida…
Retomar esas imágenes me induce en un letargo plácido, agradecido y sonriente. Cómo olvidar al primer amor, la cita imprevista en el mirador del polígono de tiro, las mariposas en el estómago (tal cual serie de Sony). Cómo olvidar al amigo que no estaba viendo como amigo. Estudiábamos ingeniería, pero la materia que más nos gustó fue la de enamorarnos. Al año, cada quien se fue a otra carrera y permaneció la relación por un tiempo más. Sí, parece mentira pero puedo relacionar la palabra amor con un polígono de tiro, porque conocí de a poco la efervescencia de ese sentimiento con este escenario de fondo.
Comenzamos a viajar, a la Colonia Tovar, Patanemo, Sanare, Cubiro, a cuanto lugar se nos ocurriese. Nos sentíamos enamorados e independientes. Ahorrábamos dinero trascribiendo trabajos, tesis de grado, informes. Éste es un negocio muy gracioso visto con la lupa de los diez años que han transcurrido. Él se dedicaba a las imágenes y cuadros y yo a los textos. Con todo y lo absurdo que parezca, nos daba el dinero para llevar un muy agradable noviazgo viajero.
Tampoco olvido pasear en la Bronco robada a su papá por el río que divide a Patanemo de su lago. La consciencia no existía, mucho menos el arrepentimiento. Desafiábamos las leyes familiares. Una peleíta adolescente en mi casa era motivo suficiente para salir hacia la playa, con abatida de puerta de por medio, y pasar una tarde lejos de la ciudad, como buenos escapistas.
Tampoco olvido pasear en la Bronco robada a su papá por el río que divide a Patanemo de su lago. La consciencia no existía, mucho menos el arrepentimiento. Desafiábamos las leyes familiares. Una peleíta adolescente en mi casa era motivo suficiente para salir hacia la playa, con abatida de puerta de por medio, y pasar una tarde lejos de la ciudad, como buenos escapistas.
Eso fue hace tanto tiempo, y a pesar de todo (los tres años de amores, y un año de ruptura medianamente molesto), cuento con él como mi amigo. Como dicen por ahí, donde hubo fuego cenizas quedan y creo que ambos decidimos no tentar más a la suerte, así que somos sumamente corporativos cuando decidimos vernos. Ese es mi amigo genio, el caballero medieval, el que decidió quedarse a pesar de todo.
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